Viernes santo

EL VIERNES SANTO




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Semana Santa: Jesús de Churubamba y la leyenda de la cruz

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Semana Santa: Jesús de Churubamba y la leyenda de la cruz
Churubamba es un distrito ubicado a 30 minutos de la ciudad de Huánuco, el cual cada Viernes Santo congrega a más de 25 mil personas.
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    La tarde del Viernes Santo presenta el drama inmenso de la muerte de Cristo en el Calvario. La cruz erguida sobre el mundo sigue en pie como signo de salvación y de esperanza.
    Con la Pasión de Jesús según el Evangelio de Juan contemplamos el misterio del Crucificado, con el corazón del discípulo Amado, de la Madre, del soldado que le traspasó el costado. 
    San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos lleva a contemplar el misterio de la cruz de Cristo como una solemne liturgia. Todo es digno, solemne, simbólico en su narración: cada palabra, cada gesto. La densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente.
    Y los títulos de Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título de la cruz, y el patíbulo es trono desde donde el reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica inconsútil que los soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo de María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia él la mirada.
    El viernes santo es un día de intenso dolor, pero dolor dulcificado por la esperanza cristiana. El recuerdo de lo que Jesucristo padeció por nosotros no puede menos de suscitar sentimientos de dolor y compasión, así como de pesar por la parte que tenemos en los pecados del mundo.
    La devoción a la pasión de Cristo está fuertemente arraigada en la piedad cristiana. Se practicaba ya en la Iglesia primitiva, e incluso se encuentra en los escritos del Nuevo Testamento. La peregrina Egeria, describiendo las ceremonias del viernes santo en Jerusalén el año 400 de nuestra era, nos ha dejado un relato vivaz y conmovedor de la reacción de los fieles ante las lecturas de la pasión. "Es impresionante ver cómo la gente se conmueve con estas lecturas, y cómo hacen duelo. Difícilmente podréis creer que todos ellos, viejos y jóvenes, lloren durante esas tres horas, pensando en lo mucho que el Señor sufrió por nosotros"1.
    La liturgia del viernes santo presenta una síntesis de los mejores contenidos de la devoción a la pasión de Cristo. Ahí está el espíritu de la Iglesia primitiva con su énfasis en la gloria de la cruz; ahí el realismo, ternura y compasión de la Edad Media. Los contenidos de todas las épocas, la piedad de la cristiandad oriental y la de la occidental se entrelazan de alguna manera para formar un todo armónico.
    Celebración de la pasión del Señor. 
    La celebración de la pasión del Señor tiene lugar a primeras horas de la tarde, alrededor de las tres, hora en que Jesús fue crucificado. La liturgia se divide en tres partes: liturgia de la palabra, adoración de la cruz y comunión.
    Liturgia de la palabra. 
    La ceremonia comienza de una manera escueta. El celebrante y los ministros se aproximan al altar en silencio, hacen una reverencia o bien, siguiendo el uso antiguo, se postran. Todos rezan en silencio durante unos segundos. A continuación el celebrante lee la oración colecta, y después todos se sientan para escuchar las lecturas.
    La primera lectura (Is 52,13-53,12) nos presenta al "siervo paciente", figura profética en la cual la tradición cristiana y el mismo Nuevo Testamento han reconocido a Cristo. Cristo en su pasión es, efectivamente, el "varón de dolores" que con tanta fuerza describe este poema. En él se contiene todo: sus humillaciones y sufrimientos, el rechazo por parte de su pueblo, su muerte redentora; incluso los detalles de las narraciones de la pasión, por ejemplo: "Fue traspasado por nuestros pecados".
    Esta lectura da el tono a la celebración del viernes santo. Pero incluso en ella la oscuridad se rompe con la luz de la esperanza. Desde la primera línea el poema apunta a la victoria final: "Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho". Con la misma nota de exaltación concluye el poema. Porque el Siervo de Yavé, aceptando su papel de víctima expiatoria, trae la paz, la salud y la justificación de muchos: "A causa de los trabajos de su alma, verá y se hartará; con lo aprendido, mi Siervo justificará a muchos, cargando con los crímenes de ellos".


     

     
    Cristo no es un personaje del pasado, impresionante y remoto. Ha experimentado la fragilidad humana en todo menos en el pecado. Por eso puede comprendernos en nuestro dolor y abatimiento, ya que también él sufrió en su sagrada humanidad.
    El evangelio. 
    "Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Juan". Con esta sencilla introducción, el lector comienza el evangelio del viernes santo (Jn 18,1-19,42). Parece que en la Iglesia romana se ha seguido siempre la tradición de leer la pasión según san Juan en este día. San Juan, el teólogo y místico, ve la pasión con mayor profundidad que los otros evangelistas, a la luz de la resurrección. Su fe pascual transfigura cada detalle y cada episodio de esta última fase de la vida terrena del Salvador.
    Fijémonos, por ejemplo, en el tratamiento que da san Juan a la cruz. En sí misma es un sacrificio cruel y bárbaro; pero, desde que Cristo redimió a los hombres en el leño de la cruz, ésta es objeto de veneración. Es más que eso. Para san Juan, la cruz es una especie de trono. La cruz es descrita como una "exaltación", término que instantáneamente comunica la idea de ser elevado y glorificado. Es san Juan quien nos dice que Jesús llevó su propia cruz.
    Sin quitar importancia a los sufrimientos del Señor, toda la narración está impregnada de una atmósfera de paz y serenidad. Cristo, y no sus enemigos, es quien domina la situación. No hay coacción: él libremente se encamina hacia su ejecución; con perfecta libertad y completo conocimiento del significado de lo que acontece, sale al encuentro de su destino. El motivo, la ulterior razón, es el amor. La cruz es la revelación suprema del amor de Dios.
    En el cuadro que san Juan nos ofrece, Jesús aparece con una tripe función: como rey, como juez y como salvador. Las burlas de los soldados y la coronación de espinas sirven para poner de manifiesto su realeza. En el acto mismo de su condena, es Jesús, no Pilato, quien aparece como juez; ante sus palabras y ante su cruz nos encontramos condenados o justificados. Finalmente, como salvador, Jesús reúne a su pueblo en unidad alrededor de su cruz. La Iglesia, representada en la túnica sin costura, queda formada. A María, su madre, le confiere una maternidad espiritual; queda constituida madre de todos los vivientes. Jesús desde la cruz entrega su espíritu, inaugurando así el período final de la salvación. De su costado brota sangre y agua, símbolos de salvación y del Espíritu que da vida. Cristo se muestra como el verdadero cordero pascual cuya sangre ya había salvado a los israelitas. Volverse a él con fe es salvarse.


     
    Lo que ocurre cuando participamos del cuerpo y la sangre de Cristo es que nos convertimos en lo que recibimos (ut in id quod sumimus transeamus), y en cuerpo y espíritu llevamos por todas partes a aquel en el cual y con el cual morimos, fuimos sepultados y volvimos a resucitar.
    Por tanto, nuestra comunión del viernes santo proclama y da testimonio de la pasión y muerte del Señor, nos capacita para participar al nivel más profundo en el sacrificio de Cristo y para asociarnos con él; además, nos hace partícipes de los frutos de este sacrificio.
    Cuando todos han comulgado, se guarda silencio durante algunos minutos para poder meditar en el sacramento que se acaba de recibir. Así damos gracias al Señor, que en este sacramento nos ha dejado un memorial maravilloso de su pasión y muerte y una prenda de la gloria futura.
    La liturgia concluye con la oración después de la comunión, seguida por otra de bendición. La primera se refiere al poder curativo y transformante del sacramento, y pide un espíritu de servicio generoso para los que han tomado parte en la celebración. Entre las bendiciones que se invocan sobre la asamblea tiene especial importancia la de una fe más fuerte. La fe es el fundamento de todas las virtudes.
    La liturgia del viernes santo termina así, sin despedida ni canto final. El pueblo se retira en silencio. Algunos se quedan para continuar su oración personal y sus devociones. Los que no hayan tenido oportunidad de besar la cruz pueden hacerlo en este momento. Otros preferirán hacer el vía crucis.
    El altar queda desnudo, el sagrario vacío, el presbiterio sin flores ni ornamentos de ninguna clase. Es el día en que la iglesia presenta un aspecto extremadamente austero. Nada distrae nuestra atención del altar y la cruz. La Iglesia permanece vigilante junto a la cruz del Señor.

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